Archive for Blog

Entra el Discord de mi comunidad

¡Hola!

 

Tenemos un Discord para la comunidad de mi canal de Twitch. Para acceder simplemente tienes que ser suscriptor del canal y seguir estos sencillos pasos:

 

  1. Sincroniza tu cuenta de Twitch con tu cuenta de Discord desde Ajustes de usuario > Conexiones > Twitch.
  2. Discord se sincronizará automáticamente con tu cuenta de Twitch, y encontrarás todos los streamers a los que sigues en la pestaña Conexiones. Puedes pulsar el botón «Unirse al servidor» y obtendrás tu rol especial, así de fácil.

Adiós Trump. Hasta aquí hemos llegado

Hasta aquí he llegado. Cierro la cuenta de Twitter @ouTRUMPsumer un par de años después de abrirla. Podría darle muchas vueltas (y se las daré en este texto) pero el resumen es que no quiero seguir, porque siento que no sirve para nada. Ni para mí ni para otros.

Y de esta sensación sale una reflexión que creo que sí puede ser interesante para otros y por eso la comparto. Todo este proceso no ha sido más que un aprendizaje sobre mí mismo, aunque esa no fuera la intención inicial.

Creé esa cuenta principalmente por dos motivos. El primero es que me fascina Trump. Me fascina que ganara, me fascina que siga en el poder, me fascina que haya gente que lo vote y que haya gente que lo defienda. Me fascina porque no lo entiendo. Así que el primer motivo era intentar entenderlo. Desde una aproximación visceral, sí, pero también desde la curiosidad.

El segundo motivo es que no quería hacerme pesado. No quería inundar mi timeline de tuits sobre Trump (ya que sabía que el tema daría para varios tuits al día, cada día; como así ha sido, por cierto), así que pensé que era una buena idea crear una nueva cuenta con este contenido para quien lo considerara interesante. Viendo la evolución de los seguidores parece que estaba en lo cierto. No en lo de que sería interesante, sino más bien en lo que me haría pesado. Sí, muchos aguantaban una semana y luego se iban.

Esa fue la primera señal de que esta cuenta no era para otros, sino para mí. Tuiteaba ahí porque lo necesitaba, porque me hacía sentir bien. Me hacía sentir que estaba en el lado correcto, en el lado de los buenos. Si señalas lo que otro hace mal, indirectamente estás diciendo que tú lo haces bien.

Pero entonces algo empezó a chirriar. Empecé este viaje seguro de estar en el bando bueno. Seguro de que Trump era el mal encarnado. Y ojo, sigo estando seguro, pero por motivos diferentes. Al principio no había duda: todo lo que decía Trump estaba mal, siempre mentía, todo era incorrecto. Pero con el tiempo me di cuenta de que para mantener esa verdad estaba usando todas aquellas falacias y actitudes que reprocho en otros (y en el propio Trump, claro).

A saber: elegir solo los datos que me interesan, ridiculizar el argumento del otro por un error que no es sustancial (ortográfico, por ejemplo), dar por bueno el argumento de uno de tu bando sin contrastarlo, usar el humor o la exageración para no afrontar la esencia del argumento del otro, buscar siempre el lado negativo del argumento del otro y nunca el positivo, etc.

Y eso me llevó a preguntarme si estaba en lo cierto o si solo estaba imitando lo mismo que critico, pero del otro lado. Si simplemente era un debate tramposo y estéril entre dos posturas enfrentadas. La respuesta a la que he llegado es que ni sí ni no, sino todo lo contrario. Es decir: sí, he usado estas tácticas que odio. Y no, estas tácticas no quitan la razón, sino que son armas en una guerra de guerrillas. Todos las usan (usamos), pero no denotan más que ganas de ganar. Tener la razón, si es que eso es algo que se pueda lograr, es otra cosa.

Así que intenté cambiar un poco mi actitud. Leí Fear, de Bob Woodward, y hubo momentos en los que hasta empaticé con Trump. En los que entendí lo que hace bien y valoré algunas de sus virtudes. Puse en contexto y maticé. No te confundas: el libro es devastador. Pero incluso en ese contexto, cambió mi visión. Intenté ser más crítico con aquellos que dan la razón a mi bando (los Colbert, Meyers, Madows, etc.).

Y llegué a una conclusión satisfactoria que en cierta forma resuelve el conflicto interior. Todo esto me hace sentir bien. Escuchar, leer, tuitear opiniones que me dan la razón me hace sentir bien. A mí y a todos (lo mismo pasa con los seguidores de Trump). Da igual que sea más o menos cierto o que use más o menos falacias: me hace sentir bien. Y está bien hacerlo, por qué no. Pero siempre sabiendo que es una indulgencia, un pequeño placer, una inversión en salud mental. El error es pensar que así se gana la guerra de la razón.

Si quitamos la superficie y nos fijamos en el fondo, me reafirmo en mi postura. Sigo pensando que Trump representa todo lo que odio en otros (maleducado, racista, ególatra, mentiroso, irresponsable, inculto, poco empático…) y lo considero perjudicial a todos los niveles, pero también creo que así no es como se combate.

Una de las muchas cosas que se ha inventado Trump es el «Trump derangement syndrome«. Es decir, el síndrome de locura que provoca Trump. Es el ejemplo perfecto para explicar cómo funciona y cómo he estado perdiendo mientras pensaba que estaba ganando durante este tiempo. Me explico: Trump suelta una chorrada, algo indigno y casi siempre falso, escandaloso para los estándares normales. La respuesta, pues, es también de un estilo parecido. Y ahí está la trampa: Trump te lleva a su terreno y ahí te gana por goleada.

Para describirlo de forma más gráfica: es el que te pincha hasta que saltas y luego te dice «eh, tranquilo»… Y yo he picado desde el minuto 1. Desde el minuto 1 he pensado que había que exponer cada una de las mentiras, cada una de las falsedades. Que cada día había que explicar que este señor hace cosas que no corresponden a un Presidente.

La prensa ha hecho lo mismo y ha acabado cayendo en la caricatura que el propio Trump ha promovido. No se puede informar sobre Trump de forma neutral (se puede, claro, pero no cunde y se siente incorrecto, sea cual sea tu posición ideológica) porque todo lo que hace está fuera de lo normal. Está fuera de lo normal de forma intencionada.

Trump mueve los postes y consigue que el día que hace algo normal parezca excepcional. Y, al mismo tiempo, consigue dos cosas más: ser visto como la víctima porque, efectivamente cada día se le critica sin piedad, y acumular munición. Sí, Trump es capaz de reciclar los ataques que recibe, dispararlos hacia sus rivales y multiplicar el daño que les hace. Me explico:

Trump miente varias veces al día, cada día, en público. Ha batido todos los récords presidenciales. Sin embargo, si un rival dice UNA mentira o una inexactitud, Trump enarbola el «ves? me llaman a mí mentiroso, pero mira tú». Lo mismo con lo de la locura, con lo de ser inculto, con lo de no cumplir promesas, etc. Es tremendamente efectivo.

Lo que he aprendido en todo este tiempo es que alguien como Trump no pierde nunca. Literalmente. Es imposible. Y cuando objetivamente pierde, sale reforzado. Alguien capaz de mentir de forma habitual y ser inmune a las críticas por ello, es invencible. ¿Cómo lo vas a ganar? ¿Gritando aún más fuerte que miente? Da igual. Siempre da igual. A sus seguidores (que compran el argumento de que él es la víctima, de que los rivales también tienen defectos y por lo tanto, mejor quedarme con el mío) les da igual. No sirve para nada.

Mi intención inicial era comentar todos los tuits del presidente (es que todos dan juego…), pero no he podido seguir el ritmo. Es decir, el Presidente de los Estados Unidos tuitea a un ritmo mayor que un tipo que vive de las redes y que lleva más de 300.000 tuits en Twitter. Me puede. Lo mismo pasa con la prensa: los fact-checkers están, literalmente, desbordados. Y además, haciendo (tanto ellos como yo) un trabajo que no sirve para nada.

Y bueno, a eso voy. A que no sirve. A que la forma de combatir aquello que (creo que) está mal en Trump es obviarlo. Hablar de otras cosas, de otra gente, hablar en positivo. La guerra por tener la razón no se gana gritando más ni hablando más ni usando más trucos dialécticos. La guerra se gana cuando se habla de lo que tú quieres, desde tus premisas. Como hace Trump.

La forma de combatir a Trump es obviarlo. Y en eso estamos. Hasta aquí hemos llegado.

Las emociones contagiosas

Este post no es para hablar del atentado de Barcelona. O no directamente. Pero creo que necesito explicar lo que siento y creo que esta puede ser una buena manera.

Ayer estaba muy triste, muy enfadado, muy indignado, muy asustado. Aunque ninguna de las víctimas es conocido mío y nosotros estábamos en la playa a cien kilómetros del atentado, esta vez me afectó más que nunca. Más de lo que esperaba.

He caminado muchas veces por Las Ramblas con mi familia, con mis hijos. Podríamos haber sido nosotros. Y veraneamos muy cerca de Cambirls, damos paseos por la noche. Podríamos también haber sido nosotros.

No necesito imágenes para comprender lo que pasó. Mi imaginación me sobra y me basta para visualizar cómo fue. Me imagino a mi familia arrollada, a mis amigos arrollados, a mis hijos, a sus amigos, a mis padres. Me lo imagino y me rompo por dentro.

Sí, cuanto más cerca lo ves, más te afecta. Es una obviedad, pero hay que recordarlo y asumirlo. Podríamos haber sido nosotros. Los que han muerto son como nosotros.

Ayer estaba destrozado y esta mañana no me he despertado mucho mejor, la verdad. Una de las cosas que más me impactaron era lo ajenos a todo este sufrimiento que estaban mis dos hijos. Felices, tranquilos. Tras un par de horas de informativos y Twitter, necesitaba salir a pasear, así que salí con mi hijo por el paseo marítimo. Entré en Facebook para ver si todos mis conocidos estaban bien y ahí vi una ilustración en italiano que un amigo compartió en su muro. Un niño pequeño se pregunta qué puede hacer si tiene miedo y su hermana mayor le dice que le apriete la mano más fuerte.

Con mi hijo agarrado a mi mano no pude evitar ponerme a llorar en medio del paseo. Por suerte él no se dio cuenta. Y digo por suerte porque no tengo ni la menor idea de cómo empezar a explicarle por qué estoy triste y por qué estoy asustado. Explicarle que aquel sitio por el que corretea divertido y alegre puede ser el sitio en el que morir atropellado por un desalmado que busca exactamente lo que ha conseguido. No sabría cómo explicárselo. No sé cómo se lo explicaré. Quizás porque no lo entiendo o quizás porque no quiero que sepa que el mundo, a veces, es así.

Pero por otro lado, verles sonreír, alegrarse con cualquier pequeña cosa, quererse porque sí, abrazarse porque sienta bien y despertarse cada día con una sonrisa es una de las virtudes que tienen los niños. Y que se contagian.

Así que voy a contar dos trivialidades, dos anécdotas tontas de padre orgulloso que no deberían importar a nadie más que a Laia y a mí, pero que espero que a vosotros os contagien un poco de alegría como lo han hecho conmigo esta mañana.

Os pongo en contexto. Ayer fuimos a Port Aventura y mi hijo quedó asombrado con lo alta que es la atracción Red Force, de FerrariLand. Se quedó con el nombre porque es un poco obsesivo a la hora de memorizar cosas. Esta mañana ha visto un Porsche aparcado en frente de casa (raro, no es una zona de mucha pasta), ha señalado el logo y me dice: mira, papa, este coche es del Red Force. Para él el caballo de Ferrari es Red Force y el león de Porsche se lo ha recordado, así que ha hecho la asociación de ideas. Una chorrada, pero me ha sacado una sonrisa, lo cual no es poco hoy.

Y luego volviendo en coche, Laia le pregunta si sabe alguna canción de delfines y mi hijo le dice que no. Pero a los diez segundos dice: espera, sí. Y se ha inventado una canción sobre la marcha, con melodía y todo. Es la primera vez que lo hace, así que tanto Laia como yo nos hemos quedado asombrados y se nos ha escapado una sonrisa de orgullo. De esas que valen la pena, que no las puedes frenar y que te curan todo porque son absolutas.

 

Esta es la canción:

 

Un dofí va passejant / però ja no pot passejar

S’ha trobat unes ulleres trencades / el dofí està plorant

 

(Un delfín va paseando / pero ya no puede pasear

Se ha encontrado unas gafas rotas / el delfín está llorando)

Mis cinco canciones

En las tardes de verano Catalunya Ràdio está emitiendo un mini programa llamado «5 songs» que pregunta a figuras públicas más o menos relevantes cuáles son las cinco canciones que más han marcado su vida y/o su carrera. Emiten las canciones acompañadas de una breve explicación con los motivos para cada elección. Creedme, es un programa delicioso.

Sin ningún ánimo de ponerme a la altura y relevancia de las personas que salen en ese programa, sí me ha parecido interesante elegir cinco canciones que me marcaron y explicar por qué. Por supuesto, hay muchas más canciones que me han marcado, que tienen un significado personal o que me parecen relevantes y merecedoras de mención, pero cinco son cinco. Así que, aquí va:

Norwegian wood (This bird had flown) | The Beatles (1965)

Para mí los Beatles fueron un lago enorme en el que bañarme desnudo y solo durante mi adolescencia. Mi familia me fue regalando todos los CD (más caros de lo normal) hasta acabar teniendo toda la colección, lo que me llevó a leerme biografías y convertirme en un pequeño obseso de los de Liverpool.

Un buen amigo me dijo que los Beatles son una fase. Maravillosa, pero temporal. Quizás tenga razón. Pero para mí escuchar su inacabable discografía era sumergirme en un mundo perfecto, inmenso y al mismo tiempo cerrado (los descubrí a principios de los 90, cuando ya llevaban más de 20 años separados).

Vivir y comprender su evolución me pareció una experiencia riquísima y me hizo apreciar la música de una forma totalmente diferente a lo que había vivido hasta el momento. Y dentro de ese lago gigante, siempre me quedé con Norwegian Wood. Corta, delicada, ambigua pero directa, redonda. Es seguramente la única canción de los Beatles que puedo escuchar eternamente sin cansarme de ella.

Recuerdo disfrutar con las ambigüedades de la letra tanto como con el uso del estéreo. Recuerdo sonreír con la actitud burlona de la chica de la canción. Recuerdo querer aprender a tocar la guitarra. Recuerdo querer viajar a Noruega. Recuerdo querer vivir dentro de esa canción. A día de hoy me siguen maravillando las canciones cortas y redondas, que te llevan de paseo para devolverte al mismo sitio casi sin darte cuenta, sin advertir que te has convertido en alguien diferente.

Wish you were here | Pink Floyd (1975)

Descubrí Pink Floyd en el instituto. Un compañero me dijo que esto era mierda de la buena, que dejaba en nada cualquier otro grupo que hubiera escuchado en mi vida. Obviamente había oído hablar de ellos, pero nunca había escuchado ninguna canción más allá de The Wall y mucho menos un disco entero. Y como me gustaba ir de alternativo por la vida, me pareció que era difícil hacerme más el interesante que escuchando The Dark Side of the Moon.

Pero sí, sí podía. A mí el disco me sonaba de haberlo visto por casa. De hecho, mi padre tenía ese disco y el Wish you were here en vinilo. Así que aproveché que estaba solo en casa, puse The Dark Side of the Moon en el tocadiscos, me puse los cascos y me dejé llevar. Y vaya si me llevó.

Supongo que la mezcla de escuchar uno de los mejores discos de la historia, con un sonido innovador y sin igual (en esa época), y hacerlo en ese contexto de chico que prueba las drogas por primera vez (nunca he tomado drogas, pero me lo imagino como algo parecido a lo que experimenté ese día) me dejó una huella permanente.

Escuchado ese disco, probé con el segundo. Me pareció igualmente compacto, embriagador, perfecto, desde la primera nota hasta la portada y el diseño interior; pero una canción me cautivó más que el resto. Su delicadeza, su mentirosa sencillez, su (de nuevo) juego con el estéreo, su personalidad dentro de un todo, ese crescendo contenido… Me pareció que sería imposible superar algo así.

Y a día de hoy me sigue pareciendo que se acerca a la perfección más que cualquier otro tema. Sin embargo, lo que creo que apuntaló esta canción como una de las imprescindibles de mi vida es que en esa época mi tío estaba en la fase terminal de un cáncer. Murió poco más tarde de descubrir yo el disco. Y recuerdo pensar que si estuviera en su situación, si pudiera elegir cómo morir (o al menos, en qué entorno y contexto) no dudaría en pedir que Wish you were here fuera lo último que escuchara.

Visto desde la distancia me parece un pensamiento muy naïf y hasta ridículo. Pero así quedó instalado en mi cabeza y por eso debe ser una de las canciones de mi vida.

Blues before sunrise | Eric Clapton (1994)

Hubo una época (en 1994, por ejemplo) en la que iba a las tiendas de música y compraba CDs. Yo tenía 17 años y ahorraba algo trabajando durante el verano, por lo que por un lado tenía capacidad para gastar mi propio dinero, pero por el otro era muy poco y tenía que gastarlo con cabeza. Así que un buen día me planté delante de dos discos que me apetecían mucho. Uno era el From the cradle de Eric Clapton, una vuelta a los orígenes del blues, y por el otro, el nuevo disco de Prince. Sí, aquél en el que cambió de nombre y toda la pesca. Recuerdo tener los dos discos en la mano y no saber cuál elegir.

Había escuchado los singles del de Prince en la radio y me gustaban, pero del de Clapton no sabía apenas nada. Nota: en algunas tiendas se podían escuchar los CD antes de comprarlo, pero ni mucho menos en todas. Lo normal era comprar a ciegas o habiendo escuchado sólo un par de temas. Así que como Prince estaba de moda y yo me las quería dar de alternativo, tiré por lo del blues.

Llegué a casa, metí el CD en la cadena de sonido… y mi cabeza estalló. Los primeros segundos de su primer tema me dejaron con una sonrisa bobalicona en la boca durante minutos. Mitad orgasmo, mitad risa maléfica por haber acertado de lleno. El disco me impactó muy profundo. Lo disfruté del primer al último segundo, pero ese inicio se me quedó grabado como un gigante «te lo dije». Nota 2: Con el tiempo me compré el disco de Prince y no me gustó tanto. Ni de coña. Pero sí es cierto que en esa época previa a Spotify e incluso a Napster se daba un valor añadido a los discos (y a las elecciones).

Don’t look back in anger | Oasis (1996)

En la cuarta posición he elegido Don’t Look Back in Anger porque es mi favorita de Oasis, pero en realidad podría ser cualquiera del grupo de Manchester. Además, al revés que el resto de grupos que cito aquí, los descubrí y disfruté durante su esplendor. Oasis marcó buena parte de mi juventud, siendo la banda sonora de veranos tristes, charlas eternas con  amigos y esa soledad tintada a partes igualdes de independencia y rechazo.

De nuevo, como me las daba de alternativo, no me gustaba Wonderwall como a todo el mundo, sino esta. A ver, que lo alternativo supongo que hubiera sido que te gustara Blur o algún otro grupo inglés, pero me conformé con eso.

Fue una época dura para mí en lo personal y creo que la sutil tristeza de fondo que destilan todos los temas de Oasis, ese fervor adolescente que de repente topa con la realidad, me encajó a la perfección.

Crying Lightning | Arctic Monkeys (2009)

Podría repetir todo lo anterior para aplicarlo a los Arctic Monkeys. Me pilló en un momento de cambio (30 años, dejando una relación de 6, soltero y viviendo solo por primera vez, con ganas de cambiar de trabajo…) y los Monkeys fueron mi banda sonora. Descubrí su explosivo primer disco casi la misma semana que empecé a salir con la que ahora es mi mujer.

Quizás sería reducirlo demasiado al cliché, pero su fuerza adolescente me permitió engañarme y vivir una segunda juventud, quizás para estar a la altura de la chica, bastante más joven que yo. Pero lo cierto es que los Arctic Monkeys me engancharon desde el primer acorde. Letras adultas encajadas a la perfección en melodías y percusiones rebeldes. Una combinación demasiado buena para unos putos críos. O eso me pareció cuando los vi actuar en la sala anexa del Palau Sant Jordi en 2011 (creo). Eran demasiado buenos para darse cuenta. Quizás como lo que me estaba pasando a mí. Una felicidad imprevista que puso los cimientos de la que tengo ahora.

Y en ese contexto, destacaba por encima de todas Crying Lighting, aunque no sabría decir muy bien por qué. Quizás me pareció la más redonda, la más adulta (en ese momento de su carrera). Algo hizo que le pusiera un asterisco como mi favorita del grupo y ahí se quedó.

PD: Si queréis, aportad vuestras canciones y explicaciones en los comentarios.

Los huevos y las cestas

Siempre he dicho que por suerte nunca he podido vivir de las visitas en Youtube. Y hoy en día, con los cambios en el algoritmo de Youtube, los fallos en las notificaciones, el CPM menguante y mi falta de motivación, me reafirmo aún más.

No poder vivir de las visitas en Youtube me llevó a tomármelo como un hobby con sobresueldo durante los primeros tres años y me obligó a buscar otras fuentes de ingreso cuando dejé mi trabajo y me dediqué exclusivamente a Youtube. Digo «me obligó» pero nunca fue algo forzado. Por un lado, me aburre hacer siempre lo mismo (sea lo que sea) y por otro, lo de no tener todos los huevos en la misma cesta siempre me ha parecido lo más sensato.

Actualmente, pocos Youtubers viven únicamente de sus visitas (aunque algunos podrían) y quien más quien menos, todos tenemos otras fuentes de ingresos. Principalmente patrocinios, esponsorizaciones y merchandising.

Tras casi siete años en Youtube, mi sensación es que cada vez dedico menos tiempo (y me apetece menos) hacer vídeos y más me motiva todo lo demás a su alrededor. Sin embargo, llevaba unos días pensando en si esa percepción se traducía de forma fiel en mis ingresos. Si la proporción de mis horas y dedicación correspondía con la proporción de cada fuente de ingresos.

Así que lo he calculado. He dividido mis ingresos de 2016* en cuatro categorías: visitas de Youtube, campañas, encargos profesionales y cursos/charlas.

Las visitas son el dinero que me da Youtube por los anuncios que se muestran en mis vídeos. Es un ingreso muy irregular que no sólo depende de las visitas (que también son irregulares en mi canal). En las campañas he incluido patrocinios como el de ElGato y colaboraciones con empresas, principalmente relacionadas con videojuegos. En encargos profesionales van artículos en revistas, locuciones en ACB, pero también la colaboración con Port Aventura y FerrariLand en su canal o todo el proyecto Extra Life. Por último, en cursos y charlas he puesto eso, cursos, charlas y conferencias en institutos y centros de todo tipo.

La verdad es que los porcentajes me han sorprendido un poco. El 38% de mis ingresos del año pasado procedieron de campañas publicitarias. El porcentaje más alto. Lo sigue el 28,5% de los encargos profesionales, que fue anormalmente alto en 2016, la verdad. A bastante distancia, están las visitas de Youtube, que sólo suponen el 17,4%, mientras que el porcentaje más bajo es el 15,95% de los cursos y charlas.

¿Qué importancia tienen estos datos y qué conclusiones se pueden sacar? Pues ni idea. Me apetecía saberlo, así que asumí que quizás a vosotros también os apetecería. Desconozco si otros Youtubers tienen proporciones similares. Asumo que no, porque cada caso es un mundo o, mejor dicho, el mío es bastante particular. En cualquier caso, espero que en el futuro el porcentaje de encargos y charlas vaya subiendo, para depender menos de la publicidad y de las visitas. Ese sería mi ideal.

*Gané un poco más de lo que ganaba en ACB, aunque no mucho más. Como nadie me preguntó nunca cuándo ganaba como periodista, entiendo que tampoco hay motivo para preguntarlo ahora. Ni para decirlo, claro. Pero vamos, que es un dinero suficiente para vivir (con dos hijos, viviendo de alquiler y trabajando los dos) y ahorrar un poco. 

¿Quién soy?

Hace unos días, un compañero de colegio de mi hijo (4 años) le dijo tras pelearse ambos que era un mal niño. Mi hijo, indignado, respondió que él era un buen niño, porque se preocupaba de los otros cuando lloraban.

Cuando llegó a casa nos lo contó varias veces. Estaba preocupado e insistía en que él no es malo, sino todo lo contrario. No deja de ser una anécdota sin más importancia, pero retrata a la perfección lo que quiero tratar hoy: cómo la opinión de los otros define (en parte) lo que somos.

¿Quién soy yo? ¿Periodista, Youtuber, padre, formador, conferenciante, marido? ¿Catalán, español, viejo, joven (de espíritu), vividor, emprendedor, culé, merengue, feminazi, facha, podemita, pionero, referente, vendido, independentista, hippie, comunista, capitalista? Todo ejemplos reales leídos en mis redes. Si tuviera que definirme en función de cómo me ven los otros sería una especie de Frankestein demoníaco esquizofrénico. Y la verdad es que me cuesta responder a peticiones básicas como «a qué te dedicas» o «preséntate en una línea».

Es cierto que tener presencia en las redes sociales provoca que más gente tenga una visión superficial o sesgada de ti y que, por lo tanto, te aplique etiquetas que no te definen, o no del todo, pero también es cierto que no podemos evitar que esa visión externa nos influencie. Mi caso, además, es particular, porque mi trabajo me obliga a tener muchos perfiles diferentes y, por suerte, no quepo en una definición tradicional al estilo de abogado, mecánico o actor.

¿Así que quién soy yo? Uno suele pensar que es lo que uno quiera ser. Que no debe dejarse influenciar por los demás y que «yo y los que me conocen saben como soy». Que la complejidad se limita cuando me conoces de verdad y que no tengo por qué reducirme a una frase o una palabra. Y aunque este mensaje es positivo y ayuda a confeccionar una personalidad fuerte, no podemos vivir aislados o eligiendo la opinión de quién nos importa y quién no.

Todos necesitamos las etiquetas para gestionar un mundo muy complejo y además, cada vez más rápido. Tenemos contacto con tantas personas a diario (ya sea en las ciudades, en el trabajo u online) que necesitamos reducir la complejidad con etiquetas para poder gestionar tanta información. Necesitamos reducir los inputs que recibimos, simplificarlos y ordenarlos. Y para eso usamos las etiquetas.

Yo sé quién soy (o eso creo). Tras casi 40 años de vida creo que me conozco más o menos bien. Pero también es cierto que a veces me sorprendo o me doy cuenta de una característica (a veces buena, a veces mala) en la que nunca me había fijado. Y eso siempre viene de la observación de otros. Es también a través de mi interacción con los otros que me defino.

No podemos vivir aislados así que tenemos que tener en cuenta la percepción de otros y asumirla. Yo no soy catalán, español, viejo, joven (de espíritu), vividor, emprendedor, culé, merengue, feminazi, facha, podemita, pionero, referente, vendido, independentista, hippie, comunista o capitalista. O no sólo. Quizás un poco de cada, porque si alguien ha percibido eso es que quizás he dado esa impresión en algún momento.

Soy muchas cosas y nunca una de sola. Soy cosas diferentes hoy y mañana. Fui diferente ayer. Y más vale que siga cambiando y en movimiento o, como los tiburones, me podré dar por muerto. Que los porcentajes cambien, que las percepciones cambien, que surjan nuevos perfiles míos. Que cambie todo menos lo único que me diferencia, el nombre. Soy Roc.

Y bueno, bien pensado, eso también se puede cambiar.

No es tan difícil

¿Crees que deberíamos tratar a todas las personas por igual independientemente de su género? Sí.

¿Crees que se trata a todas las personas por igual independientemente de su género? No.

¿Crees que deberíamos tratar a todas las personas por igual independientemente de su procedencia? Sí.

¿Crees que se trata a todas las personas por igual independientemente de su procedencia? No.

¿Crees que deberíamos tratar a todas las personas por igual independientemente de sus condición sexual? Sí.

¿Crees que se trata a todas las personas por igual independientemente de su condición sexual? No.

 

No sé, yo no lo veo tan difícil de entender.

Vacaciones, por favor

La rutina siempre ha sido un arma de doble filo para mí. Por un lado, supone una comodidad y confort que me ayudan a ser feliz. Por otro, anula la autocrítica y suele impedir que pruebes cosas nuevas y que te arriesgues para llegar a nuevos sitios, a menudo mucho mejores que los que ya tienes.

Y si algo no es mi vida laboral ahora mismo es rutinaria. O eso pensaba. Tengo un montón de proyectos entre manos (quizás demasiados) por lo que no debería haber sitio para la rutina. Pero lo hay. La obligación autoimpuesta de subir un vídeo al día ha convertido lo más esencial de mi trabajo, subir un vídeo, en algo rutinario. Y eso, sin hacerme especialmente feliz, sí ha anulado mi espíritu crítico y mi pasión.

He tardado un poco en darme cuenta, porque uno siempre prefiere no analizar su vida o su trabajo a cada instante si puede evitarlo y porque, a decir verdad, los números del canal van a muy buen ritmo y no había ninguna señal de alarma.

Pero la verdad es que estoy cansado. Cansado, aburrido y no satisfecho con los vídeos de las últimas semanas. La mayoría de veces no me hace ilusión grabar un vídeo ni tampoco editarlo, lo cual es más grave, porque suele ser la mejor parte, para mí. Y claro, el contenido tampoco es bueno. O no tan bueno como yo quisiera. O quizás es bueno, pero a mí no me gusta.

Hay varios factores para ello. Uno es que no tengo vacaciones como Dios manda desde hace quizás tres años. Otro es que estoy jugando muchas horas a juegos de los que no subo contenido, lo cual siempre es un problema. Y por último, el trabajo relacionado con Youtube pero no directamente con generar contenidos, se ha multiplicado. Lo cual es una buena noticia para mí, pero me obliga a priorizar y a tener menos tiempo para crear vídeos mejores o invertir en conseguir contenido diferente, más original, etc.

Por supuesto, esto no es la primera vez que me pasa. Suele ocurrir un par de veces al año. Quizás por la propia naturaleza del medio o quizás por mi forma de ser. No lo sé. Y siempre vuelvo a recuperar la ilusión y a hacer vídeos que me gustan y que aportan algo nuevo. No estoy preocupado por eso.

Pero la cuestión es que voy a parar un poco. Voy a dejar de subir vídeos de forma regular durante un tiempo (días, semanas, no lo sé). O al menos dejar este ritmo de un vídeo diario. Intentaré subir sólo vídeos que me apetezca hacer o que crea que pueden ser divertidos. Como debería ser, estarás pensando. Pues sí, como debería ser.

Si encontramos tiempo para quedar, la serie de Dark Souls 3 con Lou no se parará, porque me gusta grabar y editar los vídeos, así que no hay motivo para dejar de hacerlo, de momento. Pero el resto de contenido, ya se verá.

Esto no es una excusa ni pretendo despertar compasión ni ningún otro sentimiento. Simplemente creo que es lógico compartirlo con vosotros puesto que el canal es también, en cierta medida, vuestro.

Por qué no digo a quién voto

De un tiempo a esta parte, me han preguntado bastantes veces a quién voto (o votaré) y hasta han llegado a exigirme decirlo y a criticar el hecho de no hacerlo.

Curiosamente esto nunca me había pasado antes de ser una figura con cierto impacto público, de lo que deduzco que quien me pide revelar mi voto no lo hace por un interés personal en mí, sino por mi condición.

Y estoy en parte de acuerdo en que las figuras públicas (de mayor o menor tamaño, del ámbito que sean) tienen una mayor responsabilidad sobre sus actos y opiniones, además de la capacidad de influir sobre sus seguidores o sobre la sociedad en general. O sea, que es relevante que una figura pública diga a quién vota.

Además, la naturaleza del fenómeno Youtuber nos lleva a compartir ideas y emociones muy personales, puesto que se basa en la identificación por parte de los seguidores y la empatía que podamos generar. Y eso se consigue hablando de uno mismo.

No comparto tanto la idea de que sea obligatorio mojarse o posicionarse. Ni con todo ni con algunas cosas concretas. Entre otras cosas porque opinar de todo es el camino más rápido para decir tonterías. Tampoco creo que todos los aspectos de mi vida deban ser abiertos y transparentes. Hay límites y los límites los pongo yo. Igual que nunca contamos todo a nadie, ni siquiera a nuestra pareja. Y sí, a veces uno no se moja para evitar una reacción negativa. Además de comunicadores, también somos un producto y debemos tener cuidado con la imagen que proyectamos. Hay quien opta por ser totalmente neutro y quien opta por posicionarse en todo y hacer de la crítica y la polémica su bandera. Ambos casos valen, pero porque ambos casos (y todos los que hay en medio) tienen un fin, digamos, comercial. Respetable y comprensible.

Dicho esto, explico de forma concisa los motivos por los que no digo a quién voto y por los que creo que nadie debería verse obligado a decirlo.

  1. Porque no sé a quién votaré. Sí, las elecciones son en cuatro días, pero aún no tengo claro mi voto. Ya hace tiempo que ningún partido concuerda con mis ideas, pero es que esta vez ni siquiera un poquito y odio votar por tacticismo o tirando de voto útil.
  2. Porque no siempre voto a un partido. No puedo decir «voto a X» y que eso sea cierto siempre. He votado a casi todos los partidos del espectro en los veinte años que hace que voto. Ni soy militante ni simpatizante de ningún partido, pero es que tampoco me puedo considerar votante de uno en concreto.
  3. Porque (al menos en España) la política es como el fútbol. Si digo que voto a X, de repente debo convertirme en un defensor a ultranza de ese partido o al menos así seré percibido por los votantes de otros partidos.
  4. Porque desde el momento en el que diga que voto a X, todos los errores, dislates, delitos, salidas de tono y polémicas que afecten a ese partido se me atribuirán automáticamente. «Mira lo que ha hecho tu partido». No exagero ni me lo invento. Ya me pasa en otros ámbitos.
  5. Porque no comprendemos que uno se puede arrepentir del voto o que puede votar y ser crítico al mismo tiempo o votar por otros motivos que el estar de acuerdo con un programa electoral (como digo, no soy muy fan del voto útil, pero existe y lo comprendo).

 

Dicho esto, aprecio a quien lo diga, a quien haga promoción de algún partido en concreto o cualquier otra variante, por supuesto. Lo admiro, por todo lo dicho anteriormente.

 

Mi primer videojuego

He creado mi primer videojuego y no, no hablo de Extra Life. Bueno, con «creado» quiero decir «seguido un tutorial de Unity» con algunas aportaciones personales y por videojuego quiero decir una experiencia interactiva com gráficos de 1990 y 1 minuto de duración.

Eh, pero es mío.

Empecemos por el principio: siempre me han gustado los videojuegos (recuerdo las sesiones de Spectrum con mi padre a mediados de los 80) y siempre me ha interesado saber cómo se hacían. A finales de los 90 creé una versión del juego del ahorcado en Pascal durante un semestre en la clase de informática. Bueno, lo creamos el primer día y luego nos pasamos el resto de clases añadiendo palabras. Palabras chorras. Teníamos 16 años, qué quieres.

Ya entonces programar se me antojó como algo complejo, tedioso, nada intuitivo y muchos menos gratificante que jugar a los juegos que ha hecho otro. Así que nunca más me imaginé a mí mismo programando nada.

Nunca más hasta el verano de 2014, cuando pensé que quizás uniéndome a mi hermana (diseñadora gráfica) y su marido (diseñador de webs y programador de apps aficionado) podría crear un videojuego pequeñito y personal. Valiéndome del esfuerzo y los conocimientos de otros, eso sí.

La idea no cuajó, lógicamente, pero se plantó una semilla. Le conté la idea a Samuel Molina (Fukuy) y me dio la peor respuesta posible: «Oye, pues no es mala idea». La semilla ya empezaba a convertirse en plantita.

Unos cuantos meses después, Carlos Ortet (fundador de la productora Zoopa) vio Indie Game: The Movie y se enamoró. Propenso como es a imaginarse proyectos imposibles y, de alguna forma milagrosa, convertirlos en realidad, se propuso crear un documental (primero falso, con Loulogio y yo como protagonistas) para contar el proceso de creación de un videojuego a cargo de dos personas sin la más remota idea de lo que se hacían.

Esa idea evolucionó durante varios meses hacia un documental real sobre el proceso real de cumplir un sueño: el mío de crear un videojuego. Finalmente al proyecto se sumó Fukuy como compañero/mentor y nació Extra Life.

Guay. Muy guay, de hecho, pero sigue sin ser mi videojuego. Será «nuestro» videojuego, para ser precisos. Y aunque estoy metido de lleno en todo el proceso creativo y de diseño, sigue siendo algo que hago con otra gente, sin ser capaz de hacerlo solo.

Pero Extra Life es una puerta abierta, una oportunidad única. Así que pensé en aprovecharme de mi curiosidad genética por lo que me rodea para aprender algo de programación, producción y diseño, con el fin de, algún día, poder hacer mi pequeño videojuego. Mi videojuego casi minúsculo, casi nada, sin apenas mérito. Pero mío.

Y ese día es hoy. Durante el rodaje del episodio número 13 de Extra Life Fernando Ruiz (l_draven) me hizo una clase rápida de los conceptos, mecánicas y lenguaje que estamos usando en el juego de Extra Life. No os quiero hacer spoiler, pero disfruté como un niño y se abrieron de repente mil ventanas y puertas en mi cabeza, derribando antes de nada el muro que yo mismo construí hace 20 años pensando que lo de programar era algo fuera de mi alcance.

Así que al llegar a casa me puse a programar. Quería hacer un juego sencillito de una bola que rueda, pero con un mensaje más profundo. No era difícil de hacer, pero desde luego no tenía los conocimientos suficientes. Así que busqué un tutorial y di con algo perfecto: ni más ni menos que el primer tutorial de Unity para principiantes.

Seguí todos los pasos para crear el juego Roll-A-Ball, pero intentando entender para qué servía cada cosa. Creo que soy un tipo rápido y espabilado, pero mentiría si dijera que entendí la mitad de las cosas que hice. Sin embargo, pasé tres noches dándole al tema y modificando el proyecto para añadir cosas que me parecían interesantes y hacer el proyecto más mío.

Acudí a la ayuda de amigos, como debe ser. Ellos, quizás más entusiasmados que yo por mi ilusión, me echaron un cable en todo lo que necesité. Tanto Fer como Miquel fueron pacientes y didácticos. Me explicaron cosas que no sabía (cómo cambiar de forma un objeto ya creado, cómo añadir un contador de tiempo, soluciones simples a problemas complejos, etc.) y corrigieron las meteduras de pata que fui cometiendo.

También sería mentira decir que he hecho este videojuego yo solo, pero sería injusto decir que no he puesto de mi parte. Una vez comprendes la base y la estructura de Unity, el resto es conocer los comandos y, sobre todo, pensar con lógica. Y esa parte ha resultado ser la más gratificante. Es como un pequeño puzzle que tú mismo te creas y tú debes resolver. Una especie de guerra entre la máquina y tú que se gana pactando.

Total, que ya he hecho mi juego y aquí lo pongo para quien quiera disfrutarlo: versión Macversión Windows.

El juego es gráficamente cutre (no he dedicado ni un minuto a cambiar fuentes, colores ni nada parecido) y muy corto, pero estoy orgulloso de él. O quizás estoy orgulloso de haber superado mi propio prejuicio. No lo sé, pero estoy orgulloso. Ojo, no esperéis gran cosa. Tratadme como a un niño que ha juntado cuatro macarrones para hacer un marco de fotos. Con la misma ilusión, eso sí.

PD: El juego es gratis, pero con el DLC os cascaré 20 eurazos xD

PD2: Contadme qué os ha parecido el mensaje que pretendo contar.

PD3: Si no os funciona hacédmelo saber, aunque seguramente no tendré ni idea de cómo arreglarlo jajaja