Todos tenemos nuestros puntos débiles, ese atajo directo a tu derrota. En mi caso son las ilusiones rotas de un niño. Los adultos solemos engañar a los niños por distintos motivos, la mayoría de ellos bienintencionados. Pero la realidad es que los engañamos.
Empezando por los Reyes Magos y acabando en el hombre del saco, amen de muchas otras mentiras piadosas o medias verdades. Jugamos con su ilusión y les hacemos creer en un mundo que se parece, pero no es el nuestro. O quizás nosotros hemos destruido el suyo, el auténtico. Quién sabe.
La cuestión es que me rompe por dentro cada vez que veo la ilusión de un niño rota. Y aún es peor si él no lo sabe o no se da cuenta. Ser consciente como adulto de que todas esas esperanzas, esa energía absoluta, sin matices, están puestas en algo que no sucederá, me puede.
Ejemplos hay miles, pero el último que viví me impactó especialmente. Fue en el plató de La2, rodando un capítulo de Fiesta Suprema. Necesitábamos una carta de atrezzo para uno de los sketches y el encargado nos trajo una de verdadera que tenían en un almacén.
Era una carta mandada por una niña a principios de los 90 y dirigida a Leticia Sabater, la presentadora del programa «Con mucha marcha», exitazo de la época. La carta estaba aún cerrada.
El simple hecho de imaginarme a la niña eligiendo el sobre (de color, con dibujos), buscando la dirección (no había internet en esa época), probablemente con la ayuda de sus padres, sincerándose con uno de sus ídolos y esperando que al menos Leticia leyera la carta, me llegó.
Sé que es una tontería y que probablemente esa niña sea ahora una mujer que se reiría sólo de recordar que le gustaba Leticia Sabater. Lo sé. Pero eso no cambia ese momento, esa ilusión puesta en un sobre que acabó, literalmente, olvidada en un almacén polvoriento.
Dudé entre abrirla o dejarla cerrada. Por un lado, no tenía nada que ver conmigo ni tenía derecho a abrirla (y leerla), pero por otro lado, pensé que esa carta merecía que alguien la leyera. Lo sé, soy un cursi.
Así que la abrí y la leí. Y eso acabó de matarme. Letras de colores, dibujos y mucha esperanza. Nada que no haya escrito cualquier niña de 12 años en algún momento de su vida. Una tontería. Algo gracioso, si lo piensas bien. Pero yo no puedo pensarlo bien. Estas cosas me pueden.
Lo pasaré mal con mi hijo.
Es complicado cumplir las ilusiones de nuestros niños en realidad, pero hay que hacerlo en la medida de lo posible. Siempre he creído que lo más importante es crearles expectativas que puedas llevar a cabo como padre; es cierto, los Reyes Magos no existen, pero hasta que tenga la edad suficiente para darse cuenta del porqué del engaño, siempre se puede crear ese halo mágico que te da recuerdos imborrables en el futuro. En el caso de la carta (muy desolador, por cierto) si yo hubiese sido la madre de esa pequeña, y tras esperar una respuesta que sabemos no llegó, habría escrito una carta en nombre de Leticia, y se la habría mandado a mi hija para que su ilusión no muriera. Quién sabe y fue exactamente lo que hizo su madre en aquel momento.
No se pueden cumplir todos sus deseos, pero si alguno está en nuestras manos…
Hace unos meses mi hijo vio una estrella fugaz y me dijo que había pedido un deseo, pero que no me lo podía contar porque no se cumpliría. Durante unos días me estuvo preguntando cuándo se le cumpliría lo que había pedido. Yo intenté que me lo dijera para ver si podía hacer algo. Era que uno de sus muñecos cobrara vida, porque es muy fan del monigote. Le expliqué lo mejor posible que eso no podía pasar, y terminó llorando (es muy sensible mi enano) Y al final lo arreglé comprándole un disfraz del personaje. No cumplió su sueño, pero le hice feliz.
Los padres estamos para protegerles, y hacer que su infancia sea lo mejor posible, ya tendrán tiempo de sufrir el día de mañana por cosas que no se solucionan con redactar unas líneas o comprar un disfraz.
Me ha encantado tu entrada, tienes todo lo que se necesita para crear buenas historias, así que ya sabes, no dejes de hacerlo!
Me gusta esta última reflexión. Me la apunto 😀