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Cambiar

Ya dije hace un tiempo que lo peor que le pueden decir a uno es «¡no cambies nunca!». Cualquier aprendizaje o mejora lleva implícito un cambio, por lo que cambiar es, casi siempre, algo positivo.

 

La rutina, aunque confortable y agradable, mata cualquier iniciativa, impide la mejora, perjudica la adaptación (a otras circunstancias que no sean las mismas que la propia rutina). En tiempos como los que corren, aceptar el cambio, buscarlo y adaptarse cuanto antes es una de las mejores virtudes posibles.

 

Pero no quiero hablar de política ni de filosofía, quiero hablar de mí. Adoro los cambios, me aburro de las cosas tan rápido como intensamente me meto de lleno en ellas. Una vida sin cambios a la vista me parece una cadena perpetua.

 

Por eso nunca he dejado de cambiar. He cambiado mis circunstancias, mi día a día, mis objetivos, mi compañía, mis defectos y hasta mis virtudes. He llegado hasta aquí cambiando. No me da miedo el cambio, sé cuando viene y cuando toca. Y ahora toca.

 

Intento mantener las cosas que valen la pena (o una parte de ellas), pero ir mutando la piel que las envuelve. Desafíos, cambios, inquietudes. O eso o estás muerto.

Botarates

Empezaré poniendo en contexto el tema, para quien no lo conozca. Hace poco se descubrió (por un descuido en un streaming en directo) que un famoso Youtuber usaba un programa que generaba visitas extra a sus vídeos. Según parece (no conozco este programa en concreto ni ninguno parecido), esas visitas existen, pero los vídeos no los ve nadie. Resumiéndolo rápido y mal, sería como contratar al pájaro de los Simpson para que vaya dando F5 a un vídeo en concreto. Las visitas se suman, se pagan, se cobran, pero nadie ve el vídeo.

 

Desconozco la efectividad de este método, desconozco si te suma muchas o pocas visitas, si sale a cuenta, si es ilegal (desde el punto de vista de Youtube) o si se detecta y se corrige. Ese, para mí, no es el tema importante.

 

El tema importante es que eso ha ensuciado, un poco más, la imagen de la cacareada comunidad española de Youtube, los Youtubers famosos, etc. Es una nueva excusa para volver a hablar de lo mismo, de volver a evaluar a los Youtubers y a sus fans y de volver a criticar, que al final parece que es lo que más nos gusta.

 

Voy a intentar resumir mi opinión sobre este tema de la mejor forma que pueda, con concisión y brevedad.

 

– Me parece mal engañar a tus suscriptores y me parece mal engañar a Youtube y a tu network. En general, me parece mal engañar. Me parece mal inflar tus números tanto si es para que la gente tenga una mejor opinión de ti como para ganar más dinero. Está bien querer ganar dinero y querer ganar más, pero que no sea a través del engaño.

 

– Me parece que dice muy poco de ti mismo el usar métodos como estos para tener más. Pero también creo que eso lo vemos cada día en todos los ámbitos de la vida. No debería sorprendernos que también se vea en Youtube.

 

– Me sorprende que cada vez que pasa una cosa de estas, haya muchos que parecen caerse (de nuevo) del árbol: ¡Anda, si lo hacen por dinero! ¡Qué malas personas! Todas (absolutamente todas) las personas que suben vídeos a Youtube prefieren que sus vídeos los vean 10 antes que 5. Quien diga que no probablemente mienta o quiera decir que no haría nada especial para subir de 5 a 10, pero que sin duda le gustaría. Querer que te vea más gente es natural, es lo normal, para eso subimos vídeos, para que los vea la gente. Y ganar dinero con ello no lo cambia, evidentemente.

 

– Me parece mal que porque un Youtuber haya hecho trampas (lo reconoció, por cierto, y pidió disculpas), haya que sospechar de todos. Y me parece aún peor que se acuse sin argumentos ni pruebas; uno pensaría que se acusa más por ganas de que sea verdad que no porque haya evidencias.

 

– Puedes ser un pesimista, un desconfiado o un crítico empedernido, pero para acusar a alguien hacen falta pruebas y sobre todo, sentido común. Circulan algunos vídeos en los que se afirma que para detectar el uso de estos bots de visitas hay que mirar la proporción de visitas y likes/comentarios y la procedencia de las visitas (aparentemente, este bot sólo genera visitas desde dispositivos móviles). Esta afirmación (que no sé si es cierta; debe saberlo quien usa estos bots, supongo) ya vale para poder acusar a cualquiera. Si en un vídeo tienes pocos likes… hmmm bot. Si tienes un vídeo con muchas visitas a móviles* hmmm bot. Todo lo demás, da igual. Otro que usó bot y que merece la hoguera.

 

– Usemos el sentido común. ¿Quién estaría dispuesto a hacer trampas para tener más visitas? ¿Qué cosas no hubiera probado antes para tener más visitas? ¿Cuántas cosas legales se pueden hacer para ganar más visitas? Aviso: muchas. ¿Quién es tan estúpido de hacer una trampa que, aunque pueda rentar, te expone a que te pillen y, quizás, a que te cierren el canal?

 

– En definitiva, me molesta este ambiente de acusación permanente en la que vale un «X usa bots» aleatorio como prueba irrefutable para perder la fe en Youtube. Sed críticos, no os creáis cualquier cosa que os digan (ni vuestro Youtuber favorito ni vuestro primo el del pueblo), pero usad el sentido común y buscad pruebas para acusar a alguien.

 

*Mi vídeo del Canijo con Antoni Daimiel se ha convertido en el más visto del canal en apenas tres semanas. El 80% de las visitas vienen de dispositivos móviles. Tiene un nivel de likes y de comentarios normal… para un vídeo de 100.000 visitas, no para el de un millón. ¿Explicación? ¡OUTCONSUMER USA BOTS! No, evidentemente, no. La explicación es que la portada de Youtube en aplicaciones Andriod lleva enseñando los mismos vídeos (hay uno de Willyrex, otro de ElRubius, otro de Josemicod y alguno que me dejo) desde hace varias semanas. Es decir, cualquier persona que entra a Youtube desde ahí se encuentra con los mismos vídeos día tras día. Es normal que entren y miren, que no les guste y no comenten ni dejen like. Y si esta explicación no convence, vayamos al sentido común: ¿dejando los temas éticos aparte, de verdad creéis que yo sería tan estúpido de usar bots en un vídeo hasta que tuviera el doble de visitas que mi segundo vídeo más visto? Sería poco menos que alardear de haber hecho trampas. Y por último: ¡si me hubiera propuesto hacerlas, las haría en todos mis vídeos, no solo en uno! De perdidos al río.

Nada es gratis

Estamos viviendo un cambio sin precedentes en la percepción del valor de los contenidos audiovisuales. Cuando yo era adolescente, hará unos 20 años, era inimaginable que ningún contenido fuera gratis, aparte de los libros de la biblioteca.

 

Para hacernos una idea de los cambios rapidísimos y radicales que hemos vivido, recordaré el impacto que causó hace unos años la iniciativa de FNAC de dejarte escuchar en sus tiendas los discos que quisieras. Gratis. Para saber si te iba a gustar lo que te comprabas o no. Las reacciones fueron de sorpresa e incluso de incredulidad: ¿Si puedes escuchar gratis el disco, para qué lo vas a comprar? A nadie le parecía normal intentar saber qué estabas comprando (en la época era normal comprar un CD sin haber escuchado más de 2 o 3 de sus canciones en la radio).

 

Ahora, sin embargo, hemos pasado al otro extremo y es habitual que los adolescentes tengan la sensación de que pueden acceder a cualquier contenido audiovisual sin pagar. Bueno, no es una sensación, es que pueden. Para mí, este cambio de mentalidad es alarmante. Ya se ha hablado mucho de los motivos de haber llegado a esta situación y de los culpables, aquellos que han permitido que no exista una alternativa que se perciba como justa al pirateo de contenidos. Pero yo quiero hablar de los otros, de nosotros, de los consumidores.

 

Estoy en contra de los precios abusivos y de las restricciones absurdas en los contenidos (DRM, limitaciones por zona, limitaciones por dispositivos…), pero también estoy en contra del todo gratis. Básicamente porque nada es gratis. Hay modelos de negocio en los que no es el usuario el que paga, pero eso no quiere decir que sean gratis en general. Para explicarlo, usemos el concepto de cadena de valor.

 

Y es que no todo es dinero en este mundo. Debe haber un equilibrio entre lo que doy y lo que recibo para que cualquier negocio o interacción funcione. Si yo compro unos pantalones, recibo algo que me será de utilidad y a cambio doy dinero. Fácil. Si voy a trabajar, estoy ofreciendo mi tiempo y mis conocimientos y a cambio percibo un sueldo. Correcto. Si uso una aplicación gratuita como Facebook o Twitter, estoy ofreciendo un usuario más, exposición a publicidad y mis datos personales, a cambio del uso de una potente herramienta.

 

Funciona igual en Youtube. Yo (el creador del canal) ofrezco mi tiempo y contenidos destinados a entretener. Tú (el espectador) recibes ese contenido y ofreces visitas que redundan en exposición a publicidad y en la confección de un target de potencial influencia. Youtube ofrece una herramienta poderosísima (intenta montar tu red de servidores, players y contratar la conectividad y verás lo que cuesta) y una base de usuarios enorme. Los anunciantes ofrecen su dinero a cambio de insertar publicidad en Youtube. Así pues, Youtube recibe dinero a cambio de su herramienta y yo recibo parte de ese dinero. ¿Es Youtube gratis? No, sólo que no lo pagas tú. Ni yo. Al menos no con dinero.

 

Lo que me preocupa de esta nueva percepción de valor, es que creamos que tenemos derecho a poder consumir cualquier producto audiovisual sin dar nada a cambio. Porque eso desestabiliza la cadena de valor. Hay que ser conscientes de que detrás de la creación de cualquier producto audiovisual (libros, películas, música, series) hay mucho trabajo y, sobre todo, hay cosas que hay que pagar.

 

Vosotros mismos podéis entender que queréis cobrar por vuestro trabajo, sea el que sea, y eso lo tiene que pagar alguien. No, nada es gratis, siempre hay alguien que paga y el hecho de que haya cosas que podamos conseguir de forma gratuita no quiere decir que eso sea lo justo ni lo mejor para todos. Reclamemos precios justos y realistas, pero reclamemos precios, porque todo tiene uno.

Incoherencias

Todos necesitamos pensar que nuestra vida tiene pleno sentido, que lo que pensamos es lo correcto y que cada vez que nos formamos una opinión o que aprendemos algo, esa idea, esa opinión no es sólo correcta, sino que lo será para siempre.

Ser crítico con uno mismo, intentar comprobar a menudo si lo que pensamos y lo que sabemos es correcto, es un trabajo duro, doloroso y cansado. Y tendemos a pensar que innecesario.

Sin embargo, es necesario. Todos tenemos incoherencias; es imposible construir un ideario sin brechas ni contradicciones. Es imposible porque ni nuestro entorno ni nosotros mismos somos iguales ante el paso del tiempo. Evolucionamos porque acumulamos experiencias, porque interaccionamos con el entorno y con otras personas. Por nuestra biología, por nuestra historia.

Cada día eres alguien diferente y, por lo tanto, tus ideas y opiniones deben estar sujetas al cambio. Si piensas lo mismo con 14 años que con 50 es que algo estás haciendo mal, es que no has aprendido nada, es que no abres los ojos. La única forma de mantener tu coherencia interna a ultranza es negar la realidad, es no dejar entrar ni un atisbo de crítica.

Creo que hay que intentar hacer lo contrario. Intento comprobar mis incoherencias de vez en cuando e intento actuar en consecuencia cuando las detecto. Es duro, porque darse cuenta de que estás equivocado, de que has hecho blanco y dicho negro, de que has dado la espalda a la realidad pone en jaque tu propia realidad. Pero vale la pena.

No es que evolucionando mejores. No es mejor el espíritu inconformista y rebelde de los 14 años que el más conformista y quizás cínico de los 50. Ni tampoco peor. Es lo que en ese momento se adapta a tus experiencias y a lo que te rodea. Pero debemos evolucionar para vivir mejor, para tener una mejor relación con el entorno en cada momento.

Recuerdo considerarme una persona solidaria. O por lo menos, a favor de la solidaridad. Pero también recuerdo el día en que me di cuenta de que no daba nada a los que lo necesitaban. Ni dinero ni otro tipo de colaboraciones. Y ante esta contradicción sólo había dos salidas: o actuar en consecuencia a mis ideas (o a la idea que tenía de mí mismo) o adaptar la idea que tenía de mi mismo a la realidad.

Decidí empezar a donar y a colaborar con ONGs que me gusta lo que hacen. Pero dejar de considerarme una persona solidaria hubiera sido igual de adecuado. Se trata de buscar la máxima coherencia posible. O eso creo yo. Por lo menos ahora.

 

La motivación

¿Por qué haces lo que haces? ¿Por qué te levantas cada día? ¿Por qué haces cosas que no quieres? ¿Por qué te esfuerzas en hacer algo que no te gusta? Piénsalo. Hay muchos motivos que nos empujan a hacer las cosas. A veces por obligación, a veces por gusto, a veces por convención social, a veces por conseguir un bien mayor a largo plazo.

Cuando hablamos de motivación, siempre lo vemos como una fuerza invisible, casi mágica, que nos impulsa a hacer cosas maravillosas. Para mí no es más que lo que es: el motivo por el que haces las cosas.

Tenemos la sensación de que elegimos conscientemente qué hacemos y qué no, pero la verdad es que son siempre decisiones irracionales que luego acertamos (o no) a comprender e interpretar de forma racional. Haces algo cuando te compensa hacerlo, cuando no tienes alternativa o cuando la alternativa es peor. Sin más.

Por eso cuando me preguntan a menudo qué opino de que tal o cual persona haya dejado de hacer lo que hacía (Youtube, principalmente, pero también pasaba en el deporte amateur y en muchos otros ámbitos) siempre digo lo mismo. Si lo ha dejado es que no le compensa (o tiene mejores alternativas). Y si es así, adelante con ello.

Uno debería aspirar a hacer siempre cosas por gusto (porque disfruta del proceso y/o de sus consecuencias) y para conseguir un bien mayor a largo plazo. Sería ideal no tener que hacer nada por obligación o por no tener mejores alternativas, pero no es así. Más vale asumir que hacemos o dejamos de hacer por un invisible equilibrio de pros y contras y que, con suerte, siempre se decantará hacia la mejor opción.

Así que, si se acaba tu motivación (o si cambia, mejor dicho), bien por ti. Busca otra cosa que te compense y sigue adelante hacia otro lugar.

El escritor del futuro

Quizás nunca como antes los avances tecnológicos modifican las estructuras de negocio de forma tan vertiginosa como ahora. Lo que hace 20 años era puntero, ahora está desfasado. Lo que inventan hoy, dominará en 1 año y estará obsoleto en 5. La literatura, obviamente, no es ajena a ello.

La proliferación de nuevos aparatos electrónicos destinados a leer libros y la facilidad con la que pueden crearse, copiarse y distribuirse los contenidos literarios digitales, hace que el modelo tradicional de literatura se desmorone. Algunos escritores, como Quim Monzó o Lucía Extebarría, entre muchos otros, ya se han mostrado pesimistas respecto a la situación y casi dan por perdida la opción de vivir de escribir.

Sin duda, el modelo actual está muerto. Aún genera ingresos, aún se puede hacer algún negocio, aún se estira al máximo (inflando los precios de las versiones digitales de los libros hasta el ridículo), pero la realidad es que está muerto.

¿Qué nos depara el futuro? ¿Morirá la literatura? Por supuesto que no. Me atrevo a decir (sin ningún dato en la mano) que nunca antes en la historia se ha escrito tanto, se ha compartido (en el sentido de distribuir, de hacer llegar más rápido a más gente) tanto ni se ha leído tanto como ahora.

Bien, vale, mini punto por la alfabetización de la gente pero la pregunta es la misma de siempre: ¿quién paga por ello? La respuesta, también como siempre es: nosotros. Pero la variación esencial es a quién le pagamos.

Hasta hace bien poco, los escritores publicaban sus libros a través de las editoriales, que eran quienes avalaban y gestionaban todo el proceso de producción y distribución. Un montón de intermediarios (editor, impresor, publicistas varios, distribuidores, puntos de venta…) se quedaban parte de los ingresos de la venta de cada libro. Una parte pequeña de ese dinero (a veces un porcentaje, a veces un fijo) iba al escritor.

Se entiende que poner en la calle un libro era un proceso complejo y que se requería la mayor parte de estas intermediaciones. La perversión del sistema llegaba, en mi opinión, cuando la calidad del libro pasaba a un segundo plano y la principal prioridad del proceso eran vender mucho para que todas las partes se llevaran lo suyo. Se pagaban adelantos a los escritores (tu anterior novela fue un éxito, así que la siguiente también: toma tu dinero para ir escribiendo tranquilo). Y luego, se acababa vendiendo fuera como fuera. A veces por calidad, a veces por puro marketing.

El resultado lo sabemos todos: 25 euros por libro. Por suerte, eso murió.

Desde hace un tiempo, los nuevos escritores (o los escritores que no tienen la suerte o el talento para ser super ventas a través de una editorial) han buscado (y encontrado) nuevas fórmulas. El primero que me llamó la atención es John Locke y su millón de ebooks vendidos.

El tipo ha sabido llegar a lo más alto por sus propios medios (también usando excelentemente el marketing, no hay que engañarse), vendiendo más de un millón de copias de sus libros a un precio irrisorio (alrededor de 1 euro). Descontado el porcentaje que se lleva Amazon por ofrecerle la mayor plataforma de distribución online del mundo, el tipo ronda el millón de euros de ingresos. Ahí es nada.

Yo le di un euro y me leí uno de sus libros. No era bueno. Literatura barata, nunca mejor dicho, pero eficaz, directa, de la que engancha. Él mismo afirma que los escribe en apenas un par de semanas. Pim, pam, pum. La gente paga poco por un producto mediocre, pero que satisface sus necesidades y sabe que buena parte del dinero va directamente a los bolsillos del responsable de eso.

Por supuesto, hay ejemplos mejores. Hace no mucho descubrí a Juan Gómez-Jurado. No se trata de un autor íntegramente digital, pero sí alguien con la mentalidad para convertirse en el perfecto ejemplo del escritor del futuro.

Me fijé en él por una interesante iniciativa. Muy activo en Twitter, recibió una mención de un seguidor, que le preguntó si podía pasarle un enlace para descarga directa (y pirata) de su último libro. En lugar de enfadarse o sentirse insultado, el escritor reaccionó con un experimento.

Creó esta web, en la que ofrece totalmente gratis, sin sistema de protección ni nada, sus tres libros anteriores (El Emblema del Traidor es un gran libro, lo recomiendo vivamente. Los anteriores aún no he tenido oportunidad de leerlos). Ahí están, puedes descargarlos gratis. También añadió un botón para donar la cantidad que quieras (sugiere 1,50 €, que es lo que cuestan en Amazon).

Los resultados fueron sorprendentes: si no recuerdo mal, rozó las 10.000 descargas en apenas una semana y más del 20% de la gente decidió pagar por los libros. Algunos de entrada, otros con la promesa de hacerlo si, al terminar el libro, les había gustado. Sorprendentemente (aunque cada vez menos), la gente pagó de media más de 1,5 €, cuando no tenían ninguna obligación de hacerlo.

La valoración fue que ganó 10.000 lectores y alrededor de 3.000 euros (según unas improvisadas cuentas de la abuela). ¿Fue una locura o un acierto? Para mí, un acierto insuperable.

Además de esta iniciativa, otro punto a favor de Gómez-Jurado es su constante atención a los seguidores, a los lectores, usando las redes sociales para lo que son: comunicarse. Por muy bueno que sea (que lo es, su última novela La leyenda del ladrón me parece una maravilla), sigue siendo una persona que hace cosas, una persona normal. Y cuanto más se comporte como tal, mejor percibido será por la gente, que suelen ser también personas normales. Y siempre apetece más darle el dinero que puedas o quieras a alguien que te ha hecho pasar un buen rato antes que a una empresa que vete-a-saber-tú.

Gómez-Jurado es un excelente escritor y periodista que, sin duda, ha contado con los medios y la ayuda de grandes editoriales. Una cosa no quita la otra. Pero es evidente que cualquiera, cualquiera, tú mismo, puede convertirse en un escritor de éxito y ganarse la vida con ello. Sólo se necesita un ordenador (auto-editar un libro es algo sorprendentemente fácil), conexión a internet, una cuenta en Amazon… y saber escribir, claro.

Pongo un último ejemplo. Para mí es algo polémico, pero también muy representativo. Yael, conocida en Internet como Acapulco70, ha llevado el experimento más allá. Está escribiendo tres libros, que vende directamente en su blog por 10 euros (caro, la verdad…). No sólo los edita ella y los vende sin intermediarios (más allá de la comisión de la pasarela de pago), sino que puedes hacer una pre-compra del libro y ella se compromete a irte mandando los capítulos a medida que los va escribiendo.

A mí eso me interesa 0, pero entiendo que verse involucrado en el proceso creativo de alguien que te gusta como escribe debe ser un añadido. Ella asegura que ha vendido 40.000 copias digitales de sus libros (sí, son 400.000 euros por libros que no ha acabado); yo lo dudo profundamente, no me salen los números, pero podría ser. Y aunque fuera menos, es un negocio cojonudo. Contacto directo con tus lectores, las tecnologías a nuestro servicio.

Ese es el futuro de la literatura. ¿Todo gratis? No, hay que pagar, pero hay que pagar un precio razonable para tener una experiencia que sea mejor que la de piratear el libro y que nadie vea ni un duro por ello. Porque, aceptémoslo, esa es la alternativa.

No somos Finlandia, pero podemos dejar de ser España

El pasado domingo, Salvados nos deslumbró con un reportaje sobre la educación en España usando una cruel comparación con el sistema educativo de Finlandia. Cruel porque la distancia entre ambos sistemas es vergonzosa y dolorosamente enorme y cruel porque es una comparación injusta.

 

No somos Finlandia y no podemos serlo. Sus particularidades geográficas, climatológicas y culturales les permiten tener este sistema educativo que, sin duda, envidiamos. Como suele suceder durante la emisión de Salvados, Twitter ardió de comentarios de todo tipo.

 

Unos ponían de manifiesto las diferencias, otros apuntaban que no se podía comparar y otros, los más patrios, defendían que sí, que vale, pero que nosotros tenemos sol. Y es cierto. Tenemos otras ventajas: somos muy abiertos, somos creativos, somos mordaces, somos ingeniosos, somos comunicativos.

 

Nuestra realidad geográfica, climatológica y social nos aporta ventajas y desventajas. Nunca seremos Finlandia igual que nunca seremos Islandia ni Singapur ni podremos competir en productividad con China. Y mejor que sea así, porque cada país tiene también sus desventajas. Seguro que habrá algún Salvados por ahí que destaque las virtudes de vivir en España (y no hablando de fútbol, precisamente).

 

Sin embargo, que lo cortés no nos quite lo valiente. Sí, tenemos ventajas. No, compararnos con Finlandia no es justo. Pero que eso no aparte nuestra vista de todo lo que hacemos mal, no por el sol, sino porque no nos da la gana hacerlo bien. Nuestro sistema educativo es un desastre y lo es, principalmente, por intereses políticos. El precio a pagar por no tener una buena educación es muy alto; está muy bien ser extrovertido, pero si no te has formado adecuadamente, te toca ser camarero. En Madrid o en Berlín.

 

¿Qué queremos ser? Esa debería ser la pregunta. Y yo quiero andar en dirección a Finlandia, aunque sepa que es una línea en el horizonte que nunca alcanzaré. Pero por lo menos andar en la dirección correcta, no quedarnos sentados a la sombra diciendo «Pues sí que hace buen día» y dando como excusa que por mucho que andemos, nunca estaremos mejor que en esa esquina tomando una cerveza. Porque no es verdad.

Renovarse o dejar de molar

Lo más bonito y a la vez lo más aterrador que le pueden decir a un creador (y aquí incluyo a los Youtubers, por supuesto) es «no cambies nunca». Por un lado, es una expresión que nace del aprecio y la admiración, que suele ser pronunciada por quien ha disfrutado de algo que has creado y quiere asegurarse de seguir disfrutándolo en el futuro. Por otro lado, es la génesis de la paradoja del «Tú antes molabas».

 

Intentaré explicarme de forma cronológica:

– El creador (ojo, no me refiero a Dios…) publica un producto de entretenimiento (llamémosle X).

– El sujeto A lo ve y lo disfruta. Siente una mezcla de sensaciones que suelen incluir diversión, sorpresa, admiración… Resumiendo, se lo ha pasado bien.

– El sujeto A quiere repetir estas sensaciones y por ello pide al creador que repita esta creación de forma idéntica, para poder sentir, también de forma idéntica, dichas sensaciones.

– El creador tiene dos opciones: 1) Repetirse para intentar generar con Y (su siguiente creación) lo mismo que generó con X o 2) Intentar crear Y con la misma intención que creó X, pero sin llegar al mismo sitio*.

– El sujeto A suele reaccionar de igual forma ante las dos versiones de Y. Por un lado, puede lamentarse porque no ha sentido lo mismo que con X, aunque el contenido fuera casi idéntico, o puede lamentarse porque no ha sentido lo mismo con Y, ya que era demasiado diferente a X.

 

Esta paradoja tiene, en realidad, un escape. En mi opinión, el creador debe ser fiel a sus motivos para crear contenido. *Sea lo que sea que busque, siempre debe intentar buscar lo mismo y, si lo hace bien, llegará a resultados diferentes por caminos diferentes cada vez, a pesar de usar la misma gasolina, la misma motivación. Es decir, si un creador es innovador, sería absurdo pedirle que se repita. El único camino, para mí, es simplemente hacia adelante.

 

En mi opinión, es imposible generar en el sujeto A la misma sensación que tuvo al disfrutar de X con cualquier otro contenido, pero sí podemos impactar a un hipotético sujeto B con Y. Intentar contentar a los seguidores de X con más X es un camino directo al fracaso.

 

Y aquí llega el corolario: lo que me resulta más difícil de ser Youtuber es la auto exigencia de intentar superarme en cada vídeo. Tras hacer un vídeo que considero bueno, divertido y original, lo primero que pienso es «¿qué cojones hago ahora?». Evidentemente, es mucho más fácil encontrar una fórmula y repetirla, pero también mucho menos eficaz y emocionante. Si tras un vídeo bueno pensar en cómo puedo repetir exactamente lo mismo, me estaría equivocando.

 

A menudo me encuentro con gente que me dice que un vídeo que hice hace dos años fue mi mejor vídeo y que desde entonces he perdido la chispa que había en ese. Que por qué no repito tal serie, tal gag, tal estilo, tal frase… Y yo digo: si tras dos años siguiera haciendo lo mismo, es que no he aprendido nada**.

 

Por ello una de las cosas que más me gusta que me digan es «haz más de esto», tras crear algo completamente diferente al anterior contenido de mi canal. Ellos no sabían que querían eso hasta que lo han visto y… probablemente no volverán a ver algo parecido. Mi motivación es conseguir un «haz más de esto» en cada vídeo. Porque para mí, ese «más de esto» es sorprender al espectador. Y eso sí voy a intentar repetirlo hasta la saciedad.

 

 

 

** Leí esta frase en boca de un Youtuber en Twitter. Desconozco quien la pronunció originariamente, pero desde aquí se lo agradezco.

El vil metal

El dinero es malo. El dinero corrompe a la gente, rompe familias, amistades, pervierte la moral… Por lo tanto, ganar dinero es lo peor del mundo. Tener mucho, evidentemente, denota mezquindad asegurada.

 

Ese sería un resumen de lo que piensa la mentalidad latina (no diré sólo española) sobre el dinero. En EEUU, por poner el extremo opuesto, el dinero es símbolo de éxito. Quien tiene mucho dinero ha triunfado en la vida, si lo ha ganado es que lo merece y si lo tiene, debe ser feliz.

 

Los extremos no me gustan: suelen encerrar algo de razón, pero la pierden al alejarse del centro, donde el gris se acerca a lo que podríamos entender como la verdad. Youtube no es una excepción, por supuesto, y la percepción del dinero que ganas ahí se resume también bastante fácilmente: ganar dinero es malo.

 

Una de las cosas que se suele criticar de la gente que gana (bastante) dinero en Youtube es que hay personas en paro o trabajando muy duro ganando menos. Es decir: ganar más dinero que un minero currando menos (no menos horas, pero sin dejarse el lomo) es algo malo de por si. ¿Por qué?

 

Mi respuesta es que tenemos un esquema (bastante anticuado, por cierto) de en qué se puede ganar dinero y en qué no, cuál es una forma honrada de ganarlo y cuál no. Dejarse la espalda cargando cajas es una forma digna de ganarse el dinero. Entretener a la gente, no. Estar en paro es algo digno; tener dos trabajos (a menos que sean muy duros), no.

 

Y en base a ese esquema, los Youtubers son lo peor del mundo. Ganan dinero (muchos ganan muy poco, pocos ganan mucho) sin cansarse y haciendo algo que, literalmente, cualquiera puede hacer. Nadie valora que los pocos que ganan mucho es porque lo que hacen es excepcional, porque se han ganado destacar por encima de tantos otros que lo intentan, porque el dinero que ganan es, literalmente, una parte del que generan: no tienen sueldo, no tienen jefe, no tienen derechos laborales… Tanto generas, tanto cobras. Y aún así son los malos. Lo más curioso es que muchos de los que critican tienen también canales con partner y ganan también dinero, sólo que menos; lo que les convierte en menos malos… según su lógica.

 

Y esto me lleva a otro aspecto de la crítica. Cuando yo empecé en Youtube, nadie cobraba por los vídeos. Nadie te criticaba por hacerlos. Cuando pasamos a cobrar, de repente, a pesar de hacer lo mismo que el día anterior, ya lo estábamos haciendo por dinero. Según ese razonamiento, si cobras por hacer algo, es que lo haces por dinero y si lo haces por dinero es malo. Da igual que el resultado sea el de siempre o mejor, da igual que los vídeos te gusten o te entretengan, si se hace «por dinero», es malo.

 

Cada día hay 6 millones de personas en España que luchan por conseguir un empleo. Es decir, quieren con todas sus fuerzas poder hacer algo por dinero. Trabajar se hace por dinero. Te levantas temprano, estás 8 horas fuera de tu casa por dinero. Haces cosas que no quieres hacer, te cansas, te peleas, sufres, por dinero. Y a todos nos parece bien.

 

Pero ay si resulta que tu trabajo te gusta… Ay si resulta que no es exactamente un trabajo… sino que es «jugar y hacer vídeos». Entonces mal. Si alguien es amateur lo admiramos, si hace lo mismo cobrando, lo criticamos. ¿Qué sentido tiene?

 

Para mí, lo malo del dinero es que puede obligarte a hacer cosas que no quieres. Eso es lo que, en mi opinión, hay que criticar. Mentir, perjudicar a otros, hacer vídeos que no quieres hacer o que no te gustan. Eso es lo malo. Y es igual de malo si se hace por dinero que si se hace sin dinero.

 

El dinero puede servir para contratar a un sicario o para salvar la vida de alguien. No es malo, los malos somos nosotros. Y nuestra envidia.

Los Reyes no son los padres

¿Para qué sirve el Rey (o la Reina) de un país? Si la respuesta es «para nada», dejemos a un lado las tonterías y pidamos la abolición de la monarquía. Pero vamos a suponer que la mayoría de la gente cree que la Realeza tiene alguna utilidad en nuestro país.

 

Sus funciones pueden ser dos: representativas o ejecutivas/legislativas. En nuestro país el Rey no manda, no decide leyes, no las propone, no las ejecuta, no se posiciona políticamente… No tiene nada que ver, a efectos prácticos, con el Gobierno del país.

 

Por lo tanto, su función es representativa. ¿Si es así, qué representa? Se supone que representa al país, a sus cosas buenas, a la grandeza (ay) de sus gentes y su territorio. ¿Asumiendo esto, por qué nos empeñamos en que sea un tipo normal, que se comporte de forma normal, que tenga los mismos derechos y obligaciones que el resto?

 

Si va a representar nuestra grandeza, adornémoslo con oro, con lujos, mostremos cuán especial es. Porque de tipos corrientes ya tenemos un montón. Ojo, yo suprimiría la Monarquía mañana mismo, para mí no sirve para nada. Pero puestos a tener una, hagamos como el Reino Unido y démosle ese toque de fantasía y de superioridad genética e intrínseca que convierte a los Reyes en lo que son, una ilusión de grandeza.

 

Es como contratar a una modelo para que haga de azafata en la entrada de nuestro negocio y pedirle que no se maquille ni se ponga tacones, que quién se ha creído que es.