¿Qué esperar de un periodista?

Esta vez ha sido Artur Mas, pero es una reacción que se repite con bastante regularidad. Que si no deja hablar, que si es maleducada, que si quiere que respondan lo que ella quiere, que si esto no es periodismo, que si claro, se mete con el entrevistado porque whatever political reason.

 

A mí también me incomoda a veces Ana Pastor y su forma de entrevistar. A veces siento que sí, que quiere dejar claro que no deja pasar una, que va a la yugular siempre y que ahí manda ella. Quizás demasiado, quizás por un auto impuesto sentido de la responsabilidad ética, como si fuera la periodista que va a salvar España de la desgracia (periodística) que vivimos, o quizás presa de un exceso de ego, de protagonismo, de show, al final. Esa es la sensación que me da, a veces, aunque honestamente, creo que no es ninguna de estas cosas.

 

Creo que simplemente es una buena periodista. La he visto destrozar los argumentos de Wert, de Esperanza Aguirre, de Carmena, de Pablo Iglesias, de Mas… y de quien se ponga por delante. Y eso me lleva a plantearme qué significa ser un buen periodista. ¿Qué se espera de un periodista? ¿Qué se espera de un (buen) entrevistador?

 

Odio hasta al aborrecimiento la frase de George Orwell que define el periodismo como «publicar lo que alguien no quiere que publiques: todo lo demás son relaciones públicas«. No me gusta por varios motivos. El primero es que no todo aquello que alguien no quiere que publiques es periodismo. Y, de hecho, es a menudo que sirve de pretexto para cualquier asquerosa guerra sucia mediática.

 

En segundo lugar, no me gusta porque no creo que sea eso lo que deba definir el periodismo (dejando a un lado, que cuando trabajas en Relaciones Públicas, también generas enemigos y libras batallas). Para mí el periodismo trata de informar, de la forma más objetiva posible sobre nuestra realidad. Se trata de contar un punto de vista que sea comprensible para cuanta más gente posible y que ayude a entender el mundo en el que vivimos. ¿Cómo se muestra esta realidad? ¿Cómo se busca? ¿Cómo se encuentra?

 

Y ahí está la clave. Hay muchas maneras y caminos, pero uno ineludible es contrastar fuentes. Un ejemplo práctico ilustra muy bien la necesidad de hacerlo: pregunta a algún amigo tuyo cómo fue una discusión con otra persona. Que te cuente su punto de vista. Después pregúntale lo mismo a la otra persona. Y después, si puedes, pregunta a un observador externo. No hace falta recalcar que cada uno te contará una historia diferente. A veces muy diferente y a veces bastante parecida, pero siempre diferente.

 

Bien, pues una entrevista es la primera parte del experimento. Yo te pregunto a ti sobre tu punto de vista. Si no hay confrontación, si no se cuestionan otras fuentes, si no se exponen datos y hechos que rebatan, contradigan o pongan a prueba la versión del entrevistado, nos estamos quedando con una sola versión. Y eso, desde luego, no es buen periodismo. Eso es contarle a tu amigo lo que sea y que te dé la razón. Te hace sentir bien, pero no es periodismo.

 

Así que en una entrevista hay que poner a prueba los argumentos del entrevistado. Es esencial, ya sea con hechos, datos o haciendo de abogado del diablo, intentando buscar los huecos de su argumentación. Confundir eso con una falta de respeto o imbuir la ideología del periodista en base a esa postura es de necios.

 

He entrevistado a mucha gente en mi vida y creo que nunca lo he hecho debidamente. Siempre me han pesado las ganas de agradar, de llevarme bien con el entrevistado, de que se encuentre cómodo y confiado y de que la charla sea tranquila y plácida. Aunque también es verdad que mis entrevistas eran escritas y la confrontación venía luego, en el resto del artículo o la contextualización. Y, ahora que lo pienso, recuerdo moderar tertulias políticas en la radio municipal de mi ciudad y pasarlo en grande poniendo en apuros a los políticos, buscando (y encontrando) esos agujeros argumentales. No creo que sea un buen entrevistador, pero sí creo que sé reconocer una buena entrevista cuando la veo.

 

Si Ana Pastor representa algo, no es el caballo blanco que salvará el periodismo, sino más bien la alerta de que hay pocas como ella. Si nos llama la atención, es que no es lo habitual y debería serlo. Lo anormal es que sólo haya una. Y que encima no esté en un medio público. Aprendamos de la BBC, que tiene excelentes periodistas que van a la yugular siempre, amparados por la fuerza de un medio que sigue siendo tan imparcial como puede y al que le da igual caer bien al entrevistado. Es más, probablemente sientan que han fallado si el entrevistado se va feliz. Esta semana le tocó a Raül Romeva*, pero cada día funden a quien se ponga por delante. Como debe ser.

 

*El programa se llama Hardtalk. Porque sí, lo que pido no es fácil de digerir. No es periodismo de titulares, ni partidista, ni complaciente. Es duro. Como debe ser.

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